
¿Alguna vez has seguido invirtiendo en algo que ya no tiene sentido? El "síndrome del Concorde" nos enseña que reconocer un error es más valioso que aferrarse a una decisión equivocada. Desde aviones lujosos hasta carreras que odiamos, este fenómeno se presenta en diversas áreas de nuestra vida. ¿Por qué es tan difícil dejar ir? Descubre cómo evitar caer en la trampa de seguir apostando en lo que ya ha fracasado y aprende a tomar decisiones más inteligentes. ¡No te pierdas esta reflexión sobre la importancia de saber cuándo es el momento de retirarse!

Seguir invirtiendo cuando el proyecto ya no es rentable, es peor no reconocerlo que admitir un “error”.
Por eso todos los proyectos debe tener definidos limites de desviación financiera y operativa.
Había una vez un avión hermoso y rapidísimo llamado Concorde. Cruzaba el Atlántico en tres horas, volaba más alto que todos y te servían champagne con caviar en cabina.
Gran producto. Y un desastre financiero. Desde el día uno, el Concorde fue una máquina de perder plata. El desarrollo costó el doble de lo previsto, y sus costos operativos eran tan altos que solo muy pocos podían pagar sus pasajes.
Las aerolíneas lo sabían, los gobiernos lo sabían, hasta el tipo que vendía souvenirs en Heathrow lo sabía. Pero Francia y el Reino Unido siguieron invirtiendo millones en mantenerlo en el aire porque “ya metimos demasiado dinero para abandonarlo ahora”.
Veintisiete años después, en el 2003, finalmente lo dieron de baja. Un cuarto de siglo de pérdida de dinero solo porque a alguien le daba pánico admitir que habían tomado una mala decisión.
Y esto no es solo un problema de multimillonarios con aviones cool.
Pasa cuando alguien sigue estudiando una carrera que odia porque “ya me falta poco para recibirme”.
Pasa cuando una empresa sigue invirtiendo en un producto que no vende porque “ya gastamos demasiado en desarrollo”.
Pasa cuando alguien sigue en un trabajo que lo destruye porque “tengo diez años de antigüedad”.
𝗘𝗹 𝘀í𝗻𝗱𝗿𝗼𝗺𝗲 𝗱𝗲𝗹 𝗖𝗼𝗻𝗰𝗼𝗿𝗱𝗲 𝗲𝘀 𝗹𝗮 𝘁𝗿𝗮𝗺𝗽𝗮 𝗱𝗲 𝗱𝗼𝗯𝗹𝗮𝗿 𝗹𝗮 𝗮𝗽𝘂𝗲𝘀𝘁𝗮 𝗲𝗻 𝘂𝗻 𝗷𝘂𝗲𝗴𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝘆𝗮 𝗽𝗲𝗿𝗱𝗶𝘀𝘁𝗲. Lo inteligente no es ver cuánto pusiste antes, sino si tiene sentido seguir poniendo. Si no lo tiene, te bajás.
𝗣𝗼𝗿𝗾𝘂𝗲 𝘀𝗶 𝗻𝗼, 𝘁𝗲𝗿𝗺𝗶𝗻𝗮́𝘀 𝗰𝗼𝗺𝗼 𝗲𝗹 𝗖𝗼𝗻𝗰𝗼𝗿𝗱𝗲: 𝗵𝗲𝗿𝗺𝗼𝘀𝗼, 𝘀𝗼𝗳𝗶𝘀𝘁𝗶𝗰𝗮𝗱𝗼 𝘆 𝗰𝗼𝗺𝗽𝗹𝗲𝘁𝗮𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗶𝗻𝘂́𝘁𝗶𝗹.